lunes, 4 de abril de 2011

Crematorio; comparaciones aparte

El skyline del Levante español, antes virgen y ahora en rascacielos. Andamios, grúas, prostitución, alcohol y drogas. Cenizas y cadáveres. La cabecera de Crematorio, con esas imágenes acompañando a Loquillo, es seguramente la intro más comentada de las últimas semanas por ser una versión made in Spain de la de True Blood. Y las comparaciones no acaban ahí... Ya desde antes de su estreno a principios de marzo, blogueros y twitteros proclamábamos las bondades del proyecto Crematorio con titulares como “HBO a la española” o “No es Baltimore, es el Levante español”. Que se dice pronto... Y es que es cierto que Crematorio parece haber nacido como un proyecto claramente consciente de su intención de revitalizar la ficción televisiva española; tramas, personajes, respaldo social y cultural contemporáneo, formato, duración y mucho más se inspiran en los mejores dramas estadounidenses y británicos. Lo excepcional es que la serie de Canal Plus está cumpliendo con estas expectativas, de los más entendidos, y con el entretenimiento del público amateur. Y todo ello de lejos.


Es inútil negar las similitudes que Crematorio guarda con esos productos de los que parece haber tomado algo, y es inútil también negar lo que mola hablar de ellas; ¿realmente hace falta una lista de comparaciones para legitimar su calidad? Es imposible dejar de ver Los Soprano o The Wire tras el entramado de intereses en conflicto alrededor de la corrupción urbanística en la costa levantina (el entierro del primer capítulo de Crematorio parece un homenaje a los velatorios “familiares” de Tony Soprano), así como en los personajes protagonistas; José Sancho recuerda tanto a Gandolfini como Monserrat Carulla a Olivia Soprano, la mafiosa matriarca de Nueva Jersey; incluso la nieta de Sancho en la ficción es tan tocapelotas como el hijo de la Patty Hewes de Damages. Más allá de coincidencias argumentales, el principal valor “a lo anglosajón” de Crematorio es su formato, un drama de casi una hora de duración por capítulo articulado en ocho episodios por temporada.

Este elemento transgresor, que permitirá tratar tramas y personajes con más paciencia y efectividad, es tanto un riesgo (pensemos que los espectadores españoles están acostumbrados a series interminables) como una ventaja. Precisamente este "tuneado" occidental es un punto a favor de una posible exportación de la serie. A ello se suma una planificación audiovisual muy digerible (hace mucho tiempo que no veía un flashback tan bien utilizado en televisión), una estética elegante pero sencilla, unos exteriores identificables sólo para el público español y un reparto poco conocido en el extranjero (para evitar localismos). También habría mucho que comentar sobre el tono “más adulto” de la serie; el hecho de que se emita en un canal de pago permite dirigirla a un público más concreto (a priori, adulto y masculino) a través de ciertas “licencias de calidad” como los desnudos (ya lo hizo la HBO con Los Soprano, The Wire o Dime que me quieres).

Sin embargo, aceptemos que las comparaciones son odiosas y dejémoslas a un lado. Lo realmente encomiable de Crematorio es que, a pesar de dar un giro de 180 grados a la producción de televisión castiza, se niega a renunciar a la esencia cultural española; ¿quién va a querer ver una serie española que no tenga algún momento de lo más cañí? Y lo que es más valiente aún, Crematorio, a diferencia de la mayoría de lo que que se hace en nuestra industria catódica, se atreve a articular un discurso político de lo más contemporáneo; es una adaptación de la novela de Rafael Chirbes, del mismo título, que tiene mucho que decir sobre el distanciamiento de la familia y las raíces culturales en la sociedad del lujo (todos nos acordamos de Jesús Gil y las fiestas de Marbella hace apenas 20 años al ver esta serie). Y es que podríamos concluir que Crematorio es la fábula más precisa sobre la construcción del hombre español tras la Transición gracias al imperio del ladrillo; hombres ambiciosos que, con la intención de levantar un país empobrecido por una dictadura, sucumben a la avaricia a través del delito y el crimen.

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