Decir que Cullen Bohannan comparte caballo con Seth Bullock es el despropósito seriéfilo de la temporada. Que Deadwood sea el único western de la televisión de las últimas décadas (insisto: El revólver maldito y Tierra de lobos no cuentan) y encima se haya llevado la palma como el más significante producido nunca para la pequeña pantalla no quiere decir que toda serie del oeste tenga que parecerse a ella. De hecho, el western crepuscular parece estar de capa caída y han tenido que venir alienígenas a alegrar el cotarro del lejano oeste con más o menos fortuna; Gateway, próxima incursión de TNT en el género, y Hell On Wheels, de estreno en la parrilla de AMC, son el reverso catódico de este far west posmoderno. Joe y Tony Gayton, responsables de esta última, demuestran que conocen las reglas de los ejemplares más clásicos del western y se han propuesto darle visibilidad, colorido y filtros de Premiere. Hell On Wheels es a las pelis del oeste lo que Spartacus al gladiador y Roma al género histórico. Puro hiperrealismo, vamos.
Lo del arrepentimiento y la redención no se lleva en Hell On Wheels, o al menos de momento, y mucho menos teniendo como protagonista a un ex militar, Cullen Bohannan (Anson Mount), que busca la sangrienta venganza de los hombres que mataron a su mujer. Y encima quiere que nos parezca bien, así, a lo Revenge. Ni desmitificación del género ni exploración histórica; la serie de la AMC se sirve de Hell on wheels, el campamento de constructores de Union Pacific, el primer ferrocarril transcontinental de Norteamérica, para contar una historia más sobre el resarcimiento y la corrupción del poder con algún tiroteo de por medio. Y de paso poner en forma contemporánea algunas de las fórmulas del western, uno de los géneros más desagradecidos para la televisión. El piloto de Hell On Wheels es sintomático: Bohannan ayuda a situar la trama principal en un contexto espacial determinado, presentar de forma sencilla a los personajes, y plantear de manera atractiva las principales líneas de continuidad (¿seguirá la conclusividad de Revenge en la venganza?). Y eso es mucho pedir.
Donde Deadwood emplea las formas del western para desmitificar su significado más clásico y arrojar algo de luz sobre el contexto histórico, Hell On Wheels utiliza ese contexto histórico como simple excusa para ejercitar las convenciones del oeste audiovisual. Su falta de densidad dramática respecto a la de HBO (es complicado ser tan densa como ésta) no resta también en su honestidad; no es para nada despectivo usar las reglas del género con el sencillo fin de entretener, siempre y cuando las fórmulas destilen el significado para el que fueron creadas. Y lo bueno es que Hell On Wheels hace un lavado de cara a esas desgastadas convenciones y se las entrega a AMC brillantes y engrasadas. La serie de los Grayton se aprovecha de un espacio que da mucho juego (el campamento de Hell on wheels), personajes condenados y malos de libro; tira de imaginario audiovisual y composición westeriana (véase la escena de la iglesia) de una manera hipervisible y casi incómoda, pero de momento entretenida. Hell On Wheels es un western ciertamente retórico y vergonzante, pero es que como Deadwood no hay ninguno.