Lo que ha conseguido The Good Wife sólo lo hacen las grandes series (muy pocas), y los clásicos cinematográficos. Nada de Mundial de fútbol o Boda Real. El evento televisivo de la última temporada ha sido la season finale de The Good Wife, y ya no por su fenómeno fan o la expectación que ha creado (porque aunque la serie de Alicia Florrick no sea una de la más vistas, sí es la más comentada y admirada en las redes sociales), sino por lo “importante”, lo que discurre dentro de ella. Como las grandes películas, vamos, pero ésta se emite todas las semanas por la tele. Muchos han traído a colación del último capítulo de la temporada lo mejor del planteamiento audiovisual de la serie, incluso hemos pasado a considerarla un "clásico contemporáneo" y a compararla con Wong Kar-wai. Y es que lo que parece descabellado para cualquier otra serie le sienta como anillo al dedo a The Good Wife.
Y sí, cuando el río suena, agua lleva. La última escena de la season finale es un milagro de la dirección de guión y actores. Es cierto que la autoría en televisión es un concepto devaluado; la unidad estilística es difícilmente adaptable a los productos televisivos que, por lo general, reniegan de la consagración artística a favor de la continuidad, y caen en manos de multitud de realizadores. Sería más fácil para una serie de género destacar por un enfoque formalista y autoral (Boardwalk Empire y Mildred Pierce son claros paradigmas televisivos del cine negro o el melodrama); sin embargo, la mayoría de ficciones actuales huyen de la adscripción genérica; The Good Wife, entre ellas, opta por una visión multiformal de la realidad, poliédrica (desde el procedimental de abogados hasta el drama político y familiar o la soap-opera), que la hace mucho más contemporánea.
Sin embargo, ya sea fruto del azar o de la conjunción de los planetas, The Good Wife ha mantenido en cada capítulo un sorprendente equilibrio entre lo que argumentalmente exige la historia y su puesta en escena, desde la primera escena del piloto, ya comentada en el blog, hasta la última filmada. La escena del ascensor es perfecta para concluir la temporada, la transformación de Alicia en una mujer que desea y actúa en consecuencia y Will en un hombre que deja de lado las mentiras piadosas del bufete para dar a conocer su “verdadero yo”. Robert King, como buen director catódico, ha sabido dilatar al máximo el momento y manejar el bad timing de la pareja tan magistralmente como lo ha hecho su equipo durante dos años de programa; el continuo abrir y cerrar de puertas, la llave de la habitación que no funciona y la cámara que se aleja. Y lo ha hecho como los grandes; permitiendo un deleite en el visionado que hace The Good Wife perfectamente comparable a Douglas Sirk o Wong Kar-wai. Sin duda, serán durante mucho tiempo los mejores tres minutos de la televisión.
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