SPOILERS de la primera temporada de The Americans
Parece que son inevitables las comparaciones entre Homeland
y The Americans, incluso entre algunos grandes de la crítica que se han puesto
a ello frame a frame. Y lo cierto es que aunque parezca un poco descabellado medir
ambas series con el mismo rasero, la de FX ha coincidido con la de Showtime no en similitudes argumentales pero sí en una revolución estructural y casi metafísica
del thriller político. Homeland, además de giros y finales letales, es una
mirada obsesiva y paranoica sobre la política y el terrorismo, tan relativista
y personal que ni siquiera el filtro de su protagonista nos garantiza
seguridad. Al igual que en unos meses Hostages, de CBS, y antes Boss y House of Cards –estas dos últimas desde posiciones aún más distantes–, The Americans
habla del género a través de algo tan personal como en este caso el matrimonio, una figura en la que lo político y
lo individual también pueden andar a guantazo limpio, en función del propio
discurso de la serie, la época que ésta retrate, etc. Así ocurre en la alcoba
de Elizabeth (Keri Russell) y Phillip Jennings (Matthew Rhys), miembros de la
KGB que fingen ser ciudadanos norteamericanos en pleno período Reagan de la
Guerra Fría. Aun así, The Americans no es Homeland ni falta que le hace.
Las nominaciones a los Critics Choice' que ha conseguido The
Americans recuperan el debate de cuáles son las nuevas ficciones que harán competencia
a las grandes en los Emmy de este año –se habla también de la entrada de
Netflix y Sundance con House of Cards y Rectify–, y la de FX tiene por el
momento bastantes papeletas. La serie se desmarca así de Homeland, por muy
interesante que sea su relación, que la hay, pero más allá de lo argumental, para brillar con
luz propia; donde Homeland es velocidad y tensión, además de enjundia política,
Joe Weisberg (ex miembro de la CIA y hermano de un importante periodista
político norteamericano) pide a The Americans más paciencia, pero juega con una documentación y una recreación excelente y una fidelidad reconocible al
thriller de espionaje de la época –más que ambientada, parece una película del
género producida en 1981–. La serie es además, un relato más realista sobre el
espionaje en un periodo de especial ebullición en el gremio; en una entrevista
a un experto en la Guerra Fría, Vulture analizó ciertos costes de verosimilitud
–"espiar es mucho más aburrido", afirmó John Prados– en pos del
efecto diegético. Aun así, The Americans parece una radiografía más que confiable sobre el programa de 'agentes dormidos', del que los estadounidenses saben poco.
Lo interesante de The Americans es que también profundiza en
lo que hay detrás del thriller, en las implicaciones sociales y personales que
hay detrás de los micrófonos camuflados y las radios ilegales, detrás de la
misión; en este punto su discurso no se cruca solo con Homeland, también con
Casablanca, o Deseo, peligro, de Ang Lee, por ejemplo. Elizabeth y Phillip
arman una reflexión sobre el matrimonio que ya le gustaría a muchos mal avenidos
sin ser espías; los protagonistas comienzan a quererse después de 20 años de
unión; los secretos y el deber los separarán una y otra vez, aún a riesgo de
perder a sus propios hijos. Los conflictos acerca de dónde empieza la misión y
dónde la identidad aparecen también en Beeman y Nina (grandes Noah Emmerich y
Annet Mahendru), un agente de la CIA y su fuente rusa a lo Carrie-Brody; la
competencia profesional ante el deber entre Elisabeth y su superior, Claudia
(Margo Margindale, otra grande), o la relación entre esta última y Victor
Zhukov, un general soviético. The Americans sustituye los despachos y las salas de tortura
por las alcobas como cuartel; la política interrumpe el diálogo de los
personajes tanto como éstos se juegan una nueva Guerra Mundial entre deseos,
roces y peleas.
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