jueves, 23 de mayo de 2013

The Americans, políticas de alcoba


SPOILERS de la primera temporada de The Americans

Parece que son inevitables las comparaciones entre Homeland y The Americans, incluso entre algunos grandes de la crítica que se han puesto a ello frame a frame. Y lo cierto es que aunque parezca un poco descabellado medir ambas series con el mismo rasero, la de FX ha coincidido con la de Showtime no en similitudes argumentales pero sí en una revolución estructural y casi metafísica del thriller político. Homeland, además de giros y finales letales, es una mirada obsesiva y paranoica sobre la política y el terrorismo, tan relativista y personal que ni siquiera el filtro de su protagonista nos garantiza seguridad. Al igual que en unos meses Hostages, de CBS, y antes Boss y House of Cards –estas dos últimas desde posiciones aún más distantes–, The Americans habla del género a través de algo tan personal como en este caso el matrimonio, una figura en la que lo político y lo individual también pueden andar a guantazo limpio, en función del propio discurso de la serie, la época que ésta retrate, etc. Así ocurre en la alcoba de Elizabeth (Keri Russell) y Phillip Jennings (Matthew Rhys), miembros de la KGB que fingen ser ciudadanos norteamericanos en pleno período Reagan de la Guerra Fría. Aun así, The Americans no es Homeland ni falta que le hace.

Las nominaciones a los Critics Choice' que ha conseguido The Americans recuperan el debate de cuáles son las nuevas ficciones que harán competencia a las grandes en los Emmy de este año –se habla también de la entrada de Netflix y Sundance con House of Cards y Rectify–, y la de FX tiene por el momento bastantes papeletas. La serie se desmarca así de Homeland, por muy interesante que sea su relación, que la hay, pero más allá de lo argumental, para brillar con luz propia; donde Homeland es velocidad y tensión, además de enjundia política, Joe Weisberg (ex miembro de la CIA y hermano de un importante periodista político norteamericano) pide a The Americans más paciencia, pero juega con una documentación y una recreación excelente y una fidelidad reconocible al thriller de espionaje de la época –más que ambientada, parece una película del género producida en 1981–. La serie es además, un relato más realista sobre el espionaje en un periodo de especial ebullición en el gremio; en una entrevista a un experto en la Guerra Fría, Vulture analizó ciertos costes de verosimilitud –"espiar es mucho más aburrido", afirmó John Prados– en pos del efecto diegético. Aun así, The Americans parece una radiografía más que confiable sobre el programa de 'agentes dormidos', del que los estadounidenses saben poco.

Lo interesante de The Americans es que también profundiza en lo que hay detrás del thriller, en las implicaciones sociales y personales que hay detrás de los micrófonos camuflados y las radios ilegales, detrás de la misión; en este punto su discurso no se cruca solo con Homeland, también con Casablanca, o Deseo, peligro, de Ang Lee, por ejemplo. Elizabeth y Phillip arman una reflexión sobre el matrimonio que ya le gustaría a muchos mal avenidos sin ser espías; los protagonistas comienzan a quererse después de 20 años de unión; los secretos y el deber los separarán una y otra vez, aún a riesgo de perder a sus propios hijos. Los conflictos acerca de dónde empieza la misión y dónde la identidad aparecen también en Beeman y Nina (grandes Noah Emmerich y Annet Mahendru), un agente de la CIA y su fuente rusa a lo Carrie-Brody; la competencia profesional ante el deber entre Elisabeth y su superior, Claudia (Margo Margindale, otra grande), o la relación entre esta última y Victor Zhukov, un general soviético. The Americans sustituye los despachos y las salas de tortura por las alcobas como cuartel; la política interrumpe el diálogo de los personajes tanto como éstos se juegan una nueva Guerra Mundial entre deseos, roces y peleas

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