viernes, 26 de octubre de 2012

Boss y la casta política

SPOILERS de la segunda temporada de Boss

En el Chicago de Boss no existen Alicia Florrick ni Teresa Colvin, ni siquiera un Omar Little o un Jimmy McNulty como en el también corrupto Baltimore de The Wire, tampoco un mafioso en proceso de arrepentimiento como el Rubén Bertomeu de Crematorio. En Boss, todo se rige por las dobles intenciones, ninguna mejor que otra, y hasta los buenos del ayuntamiento de Tom Kane acaban cediendo a la ambición o el miedo. Aún reciente el punto final de su segunda temporada, Boss ha terminado consagrándose como la serie más oscura del panorama televisivo actual. Mientras la moda de series sobre la corrupción del poder ambientadas en la actualidad nos han acostumbrado a un tira y afloja más o menos desigual entre el irredimible sistema político y la integridad de pequeñas fuerzas de resistencia, desde la sencilla The Chicago Code a la más pesimista de todas, The Wire, Boss elimina esa mínima esperanza de la ecuación. En el Chicago de Boss, como no puede ser de otra manera en manos de Gus Van Sant, no hay ni un día soleado, ni esperanza para la democracia.


Pese a pasar desapercibida para espectadores, y ahora también para la crítica, posiblemente por poner en forma discursos tangenciales de muchas otras ficciones, Boss es la que habla con más actualidad, y parece que también de la manera más realista de todas, sobre las dinámicas políticas en nuestros días. El adictivo encanto de la serie de Starz sobre la permanencia en el poder del alcalde de Chicago, Tom Kane (Kelsey Grammer), que padece una grave enfermedad neurológica, radica en que, a pesar de no contener ninguna escena sobre los movimientos sociales a lo 15M a los que se hace referencia, sigue siendo una reflexión brillante sobre la perversión del Estado del Bienestar. Boss es más Roma, Kings o Juego de Tronos que The Wire o The Chicago Code; en Boss, los ciudadanos no cuentan (prácticamente ni aparecen), todo se decide en despachos y salas de prensa, y ni siquiera así pierde un ápice de aparente realidad. Si The Wire es Dickens, Boss es Shakespeare, más cercano a la monarquía que al ayuntamiento, y aun así es un retrato excelente sobre la casta política.

La legitimación de Boss ha de pasar necesariamente por el reconocimiento de esa dialéctica magistral, inusual en la televisión actual. Desde David Simon, ningún drama en coordenadas genéricas cercanas ha conseguido labrarse una mitología propia como Boss: Tom Kane, al que la enfermedad le induce una paranoia cruel sobre el poder; Meredith Kane (Connie Nielsen) como reina de Chicago, en constante lucha por mantener su linaje en el trono; el candidato a gobernador Ben Zajac, que compensa complejos políticos con su superioridad en la cama; Kitty O’Neill, que se monta una venganza que ya le gustaría a Amanda Clarke; Ian Todd (Jonathan Groff), el hijo ilegítimo sin escrúpulos que busca lo que le corresponde aunque tenga que encalomarse a su medio hermana.

Gus Van Sant y el equipo de dirección combinan la calidez dramática de estos personajes con una puesta en forma fría, gris, que repele en un primer momento y acaba resultando intuitiva e hipnótica. Son estas particularidades por las que Boss, concebida como un reclamo crítico para la cadena Starz, ha acabado siendo un fracaso de audiencia. Respecto a los expertos, que parecen haber pasado página del cable de personajes más paciente y formal, no la han arropado más allá de las cantadas nominaciones a Kelsey Grammer como mejor actor en su mediática mudanza al drama, ni siquiera en una segunda temporada trepidante y de secundarios de infarto (razón: Ian Todd y Mona Fredricks). ¿Habrá más Boss, Globos de Oro aparte?

3 comentarios:

  1. Sin duda una serie que ofrece algo diferente y muy personal. Una pena que casi todas las que lo hacen terminan por acabar prematuramente...

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  2. Yo creo que no, aunque 'triunfe' en los Globos de Oro (que lo dudo, no van a quedarse ellos precisamente sin premiar a Homeland). Y es una pena.

    Me ha parecido fantástica esta entrada, un resumen muy acertado. Durante gran parte de la temporada no entendía qué hacía Mona codeándose con esta gente con una agenda tan clara, pero luego lo vi todo más claro. Me ha parecido el personaje más débil, pero tampoco débil en sí mismo, sino que a los otros les han dado más recorrido.

    La mejor, a mi juicio, fue Kitty. Soberbia. Porque aprendió del mejor.

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  3. Creo que parte de que no haya cuajado bien se debe a ser tan personal. Me ha enamorado Boss, pero creo que el principio de la serie fue un tanto inaccesible, y la segunda temporada ha pillado a los espectadores con el paso cambiado. Lo que no entiendo es por qué la crítica no le hace más caso, pues es magistral.

    Muchas gracias por los comments!!

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