"Un Twin Peaks monstruoso", dijo Eli Roth y se echó a dormir. El director norteamericano, que ha andado casi siempre a la zaga de otros compañeros de generación como Quentin Tarantino y Robert Rodríguez, continúa en los márgenes de la producción de terror en su incursión en la pequeña pantalla. Una serie indie, sí –si por ello entendemos que Roth ha recurrido a Netflix para sacar adelante el proyecto–, pero poco humilde a la hora de dar vida al horror televisivo. Hemlock Grove sería poco sin True Blood y American Horror Story, desde el rollo redneck de la de Alan Ball a los momentos WTF de Briarcliff, pero se agradece muchísimo que la ficción no se sirva de Crepúsculo ni del calco vintage para reconstruir a vampiros y hombres lobos desde abajo. El creador de Cabin Fever y Hostel, la poco aclamada sucesora de Saw, sobre todo su genial primera parte, reivindica en Hemlock Grove algunas referencias chulas de la serie B –que sus padres cinematográficos consagraron en Grindhouse, aunque en otros subgéneros– y recuerda a algunos jóvenes cineastas del terror que de forma nostálgica beben de aquello.
Hemlock Grove, adaptación de la novela
debut de Brian McGreevy, comienza con el brutal asesinato de una joven
animadora, destripada de forma sangrienta en la noche por un animal
misterioso. De fondo, la guerra fría entre los Godfrey y los Rumancek. El
primer capítulo de la ficción narra la llegada a Hemlock Grove de Lynda
Rumancek (Lili Taylor) y su hijo Peter, un
gitano mestizo de 17 años, que parecen tramar una venganza contra una poderosa
familia local. El enigma rodea también a los Godfrey, liderados por Olivia (Famke Janssen en modo Victoria
Grayson), su perturbado hijo Roman (interpretado por Bill Skarsgard, hermano de Alexander e
hijo de Stellan) y su hija Shelley, fruto de una misteriosa mezcla genética. La
estructura de las series de Netflix, cuya plataforma online permite poner a
disposición del espectador todos los capítulos a la vez, concede a Hemlock
Grove ciertas licencias respecto a la serialidad que hacen que se desarrolle en
cierta manera como una película. El primer episodio sirve como enigmático
aperitivo a la espera de las sorpresas y personajes que están por llegar.
La de Eli Roth es, además, un buen fichaje para
la plataforma; los de Netflix están siendo listos a la hora de adaptar formatos
que no supongan un gran riesgo –The Killing ya cuenta con sus
incondicionales, y House of Cards era éxito seguro, desde su excelente
original a su envidiable equipo– y también en el enfoque de su programación hacia
una nueva audiencia, amante del género y que se desenvuelve como pez en el agua
en las redes sociales. ¿Será
Netflix una FX online? ¿Y Hemlock Grove una Bram Stoker 'meets' American Horror
Story? Lo incuestionable es que la ficción es un milagro de las
referencias para los seguidores de ciertos nichos del terror: las vampíricas
estirpes del Drácula original; la obra ochentera de Stephen King con
incestuosos misterios raciales y gitanos de por medio (algunas llevadas al
cine, de Sonámbulos a Thinner); la imagen
contemporánea de lo adolescente en directores jóvenes como Ti West (The
House of the Devil, The Innkeepers). Hemlock Grove es una
mirada atrás, sí, pero muy sintomática respecto a cuál puede ser el espíritu
del nuevo terror televisivo.
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