Terciopelo azul (1986), de David Lynch, adelantó una de las
inquietudes principales de la obra del director que cuatro años más tarde reflejó
Twin Peaks. La oreja cercenada en el césped de un tranquilo barrio residencial
sirvió de prólogo a los oscuros capítulos de adolescencia de Jeffrey,
interpretado por Kyle MacLachlan, tanto como el cadáver de Laura
Palmer en las orillas de Twin Peaks –la primera escena de The Killing parece un
malrollero guiño a esto– conversa con ese quebradero de cabeza del autor: la
maldad que hay tras lo cotidiano. La serie de ABC adaptó para televisión
el discurso que muchos han retomado después –Murder One (1995), Forbrydelsen
(2007) y The Killing (2011) entre otras, incluso el acercamiento de
Desaparecida (2007), El caso Wanninkhof (2008) y Punta Escarlata (2010)–, una
fórmula particular del thriller que es ya un género en sí, uno de los más pulidos
y aclamados. Las ficciones alrededor de un asesinato pueden ser tan
adictivas y su intriga tan magistral como su drama identificador y empático, sobre todo cuando las víctimas son niños o
adolescentes. Y además, fábulas fascinantes, en ocasiones muy personales –Lynch lo hizo a través de lo subconsciente en Terciopelo azul, Twin Peaks, Mulholland Drive y otras– sobre el reflejo perturbador de la normalidad, tan sosa como acojonante.
Dos han sido las ficciones de los últimos meses que se han acercado
a la fórmula: Broadchurch, de la cadena británica ITV, desde una postura más
clásica; la producción británico australiana Top of the Lake, desde la
reflexión dispersa de Jane Campion, coautora junto a Gerard Lee. Ha sido Broadchurch,
la primera en estrenarse, la que se ha llevado el gato al agua de público y
crítica (se ha ganado una segunda temporada) por su ojo con las
cartas del género, aunque quizá se las empolló demasiado bien. Chris Chibnall
(Doctor Who, Torchwood) escribe y produce esta serie sobre el tranquilo pueblo
costero de Broadchurch, que sufre la muerte de Danny, un niño de 11 años cuyo cuerpo
es encontrado en la playa. El recién llegado Alec Hardy (David Tennant), que
arrastra la culpa de una muerte sin resolver, se encargará del caso junto a
Ellie Miller (Olivia Colman), una policía local. A partir de ahí se exploran de
forma inteligente las convenciones conocidas: el crimen desvelará los secretos y la
crónica negra de Broadchurch –las tensas escenas corales, los montajes paralelos de los sospechosos, son lo mejor de la serie–, que sufre una transformación oscurísima, de una localidad acogedora a un lugar peligroso, pese al clasicismo de la ficción. Los protagonistas, la creación de espacios y el giro final, la tragedia tras la tragedia, son el alma de Broadchurch.
La de Jane Campion y Gerard Lee es la maniobra contraria. Si
Broadchurch tira de una historia original para ser puro género, Top of the Lake se acerca
más a Twin Peaks; la fórmula es una excusa para poner en escena un discurso
personal. En el caso de Lynch, rayadas sobre una maldad muy abstracta; en el de
Campion, una radiografía social sobre la machista Nueva Zelanda profunda, un
tema transversal que la directora ha tratado en su obra, el de lo femenino, desde El piano al corto The
Lady Bug. Top of the Lake juega la baza de la desaparición, no asesinato, para
hablar de la violencia femenina de la que huye tras quedar embarazada Tui, una
niña de 12 años, hija de un patriarca de la droga de Laketop; Robin (Elisabeth Moss), que creció bajo la misma sombra, se hará cargo del caso. Su interesante
narración, los geniales espacios y la relevancia sociocultural que pudiera
tener se pierden en una reflexión demasiado dolorosa, con giros de dramatismo
innecesario; su principal virtud, la transgresión que puede hacer avanzar el
género, acaban haciendo de Top of the Lake un chiste sobre la discriminación positiva. Tan grotesco como pudo resultar el de David Lynch en Twin Peaks, pero sin Dale Cooper, Laura Palmer, Bob ni su
loquísima originalidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario