Cuando los vecinos de la ciudad británica de Faversham
supieron que en sus calles se rodaría Southcliffe, uno de los últimos estrenos
de la cadena Channel 4, empezaron a frotarse las manos y a hacer sitio en la
cartera. El precedente lo marcó Broadchurch, el whodunit que se ha llevado
todos los aplausos de la industria british en 2013 y que encima ha supuesto un claro
efecto llamada para el turismo de la localidad que la vio nacer. La recepción de Southcliffe ha hecho que, poco después de la euforia inicial, Faversham reniegue
de ella, según publican en The Independent. Es incuestionable que Southcliffe
engaña. ¿A quién se le ocurre meterse en una realista, devastadora e incómoda
crónica negra en pleno esplendor de ficciones de misterio como The Killing,
Bron/Broen o Broadchurch? En Southcliffe hay un pequeño pueblo y una terrible
matanza a sangre fría, la de Stephen Morton (Sean Harris), un ex militar a
cargo de una madre enferma que tras una humillación pública decide armarse y
liarse a tiros con una treintena de vecinos. En este caso, el misterio brilla
por su ausencia; lo que importa son las causas y las consecuencias, las
rencillas, las heridas y el duelo.
La miniserie de cuatro capítulos, producida por Sean Durkin
(Martha Marcy May Marlene) y Tony Grisoni (uno de los guionistas de cabecera de
Terry Gilliam, con experiencia en televisión), pone en forma una maniobra
parecida a la de The Fall, de BBC. Se aprovecha de cierta fachada de género (las
disputas previas a la matanza, el inevitable suspense morboso de los asesinatos
y la cobertura de los medios de comunicación) para atreverse con un discurso
social más profundo, con el eco histórico de los crímenes de Hungerford,
Whiteheaven y Dunblane de fondo. Por eso Southcliffe es más El séptimo día, la crónica negra de Carlos Saura sobre Puerto Hurraco, con una acertada recreación de ambientes, o la Elephant de Gus Van Sant en el retrato
del verdugo y sobre todo de las víctimas, que cualquier whodunit de hoy en día.
"No es una explicación literal de nada que haya sucedido en Reino Unido",
puntualizó Tony Grisoni en una entrevista a The Independent: "Quería
escribir algo sobre la pérdida, sobre la relación entre los que viven y los que
han muerto". Sin embargo, es imposible dejar de ver en Southcliffe cierto
discurso sobre los conflictos que enfrentan a un pueblo.
Además de recrearse en el angustioso duelo de algunos de sus
personajes (no diré quiénes para no spoilear al personal), a la tragedia le rodean
ciertas ideas sobre las heridas de la guerra, la crueldad y el rencor humano, y
también la reconciliación. En este punto es importante el personaje de David
(Rory Kinnear), que va más allá en la imagen del periodista. Criado en
Southcliffe, sufrió de niño el estigma de la muerte y la venganza (a su padre
se le acusó de un accidente laboral en el que también murió) y desde su programa vuelca la
culpa de la matanza actual en los vecinos de la localidad. Un
año después intentará enmendar su error. Aunque hay que pagar el peaje de un
primer capítulo un tanto errático, Southcliffe merece la pena por su magistral
habilidad para narrar la tragedia y por su enfoque duro pero particular.
La ficción recupera la crónica negra menos morbosa y más reflexiva, una
imprescindible en la industria británica (se cruza con series como In the Flesh
o el primer capítulo de Run, también de Channel 4), y un punto de vista sobre
la muerte muy actual afin a series contemporáneas (y con más querencia por el género) como Broadchurch o Les Revenants.
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