miércoles, 28 de agosto de 2013

Orange is the New Black, el camino de Piper


Da igual el camino que escojas, lo importante es que si la cagas te curres otra oportunidad. Algo así viene a decir Piper Chapman, el personaje protagonista de Orange is the New Black, cuando niega un poema de Robert Frost ("Dos caminos se bifurcaban en un bosque; tomé el menos transitado y eso marcó la diferencia", ahí es nada) que algunas reclusas de la cárcel de mujeres de Litchfield conocen gracias a Oprah. En una entrevista a Entertainment Weekly, Jenji Kohan, creadora de la serie, remató con algo parecido: "Me encanta cuando la gente la caga e intenta hacerlo mejor". Es curioso cómo la guionista norteamericana ha conseguido ese tono tan buenrrollero sobre las segundas oportunidades en plena época de cabrones seriéfilos, y más con la historia carcelaria de Piper, una joven algo pija, egocéntrica y estirada que ingresa en prisión por un crimen que cometió diez años atrás. Sin caer además en mojigaterías, que Orange is the New Black puede ser tan antiheroica y perturbadora como la que más, desde los crímenes que las protagonistas cargan a sus espaldas a la evolución de Piper, que entre chascarrillos y palmadas en la espalda también tiene lo suyo de malvado egoísmo. 

Como la vida misma, vamos, que dice Jenji Kohan. "Tiendo a pensar que los dramas que son solo drama no son reales, porque la vida también es cómica", afirmó en otra entrevista a Hit Fix. De hecho, el germen de Piper Chapman son unas memorias reales, las de Piper Kerman, que pasó 13 meses en una prisión de mínima seguridad en Connecticut, en lo que fue una experiencia más pedagógica que oscura y gracias a la que conoció a muy buenas personas (además, su historia ha servido para que Kohan retome temas que ya trató en Weeds relativos a la ecuación 'mujeres + droga'). Orange is the New Black se une a ese reverso buenista y aún experimental (de Netflix tenía que ser) de la fórmula del prota capullo pero simpático, que ya da síntomas de desgaste en el cable, pero sin los extremos maniqueos o idealistas de otras ficciones (paradigma The Newsroom; incluso ésta ya empieza a dar hostias a sus íntegros protagonistas). En algunos de estos aspectos empatiza con Enlightened; en esta era televisiva es imposible identificarse con personajes que intentan hacer lo correcto a no ser que sean unos cabrones  en viaje de vuelta, como la Amy Jellicoe de la serie de HBO. 

En Orange is the New Black también tenemos completa la cuota de antiheroínas, de quienes vamos viendo sus miserias capítulo a capítulo. Los límites morales y legales quedan atrás y lo que importa es el futuro de estos olvidados (como también ocurría en Misfits; el formato delictivo da para muchos juegos sobre segundas oportunidades), que se enfrentan a lo que está por venir, por muy agridulce que sea, con positividad y algo de optimismo (¿no os recuerda esto al Wrap your troubles in dreams de Treme?). Jenji Kohan también ha hecho sitio en su serie para los 'olvidados' de la industria. El camino de Piper se cruza con el de las demás reclusas, el mosaico que interesó a la guionista en un primer momento; historias protagonizadas mujeres negras, latinas o lesbianas, colectivos que tienen cuentas pendientes con la televisión, como personajes y como actrices (al parecer se crearon nuevas líneas para intérpretes sorprendentes que no habían destacado antes). La crítica ha acabado aplaudiendo ésta y muchas otras virtudes del arriesgado proyecto de Netflix, cómo no, y suponemos que la audiencia también. De algo le tiene que servir a Kohan ser la reina del binge watching.

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